Se estima que las mujeres componen el 70 % aproximadamente de los pobres del mundo y su número no para de crecer. De mil cien millones de trabajadoras en el mundo, 330 millones de ellas ganan menos de 1 € al día. La mayoría de estas mujeres trabaja en lo que normalmente se denomina “economía sumergida”.
Para algunas, este sector le ofrece importantes oportunidades para aumentar sus ingresos, pero la mayoría no tienen prestaciones sociales ni normativas de salud y seguridad. Algunas son trabajadoras autónomas (vendedoras callejeras, costureras…) mientras que otras son asalariadas (empleadas del hogar, jornaleras en agricultura…). El trabajo en la economía sumergida constituye una importante contribución a las economías locales y estatales pero pasa ampliamente desapercibido ya que normalmente estas labores son tradicionalmente consideradas “femeninas” y tienen un status social bajo.
Muchas mujeres que trabajan en la economía sumergida siguen necesitando servicios básicos que se dan por sentado. Necesitan acceder al sistema educativo para a aprender en algunos casos a leer y escribir, y en otros para recibir formación que les permita mejorar sus capacidades de cara al mercado laboral. Necesitan servicios flexibles que les ayuden en el cuidado de los hijos. Y necesitan como no, cambios legislativos y una política social que evite la discriminación en el empleo y el salario.
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